La globalización en
América Latina ha causado un gran impacto, el cual ha sido positivo en muchos
aspectos, así es como siguiendo la opinión de la Dra. Beatriz Ramacciotti
diríamos que, por ejemplo dentro del plano político, en nuestra región, se han
terminado casi completamente los regímenes dictatoriales tradicionalmente muy
arraigados en nuestras sociedades, dejando el campo al desarrollo de estados
democráticos elegidos en elecciones limpias y libres, celebradas de acuerdo con
normas constitucionales, el fortalecimiento pues de la democracia es de vital
importancia en este proceso. Con respecto a la crisis por la deuda externa en
que se encontraban nuestros países, las cosas también han mejorado, se han
reestructurado las economías en concordancia con las fuerzas del mercado y la
iniciativa privada, además es de resaltar que la liberalización de las
economías, ha llevado a una rápida expansión de los acuerdos bilaterales de
comercio, la apertura de los mercados ha permitido descubrir los aspectos
complementarios de las economías de varias subregiones latinoamericanas. A su
vez, los gobiernos se dedicaron a organizarse, a través de acuerdos de libre
comercio que han dinamizado el funcionamiento de los ya existentes y que han
dado origen a algunos nuevos y muy importantes.
En el aspecto político la globalización ha venido a promover la
democratización a escala mundial. Los esfuerzos realizados por varios países
son significativos en su lucha por la democratización. Aunque es importante
mencionar que todavía muchos de ellos enfrentan altos niveles de corrupción,
desorden social, elecciones manejadas y falta de libertad política. Sin
embargo, con la intensificación de la globalización es mucho más difícil
ignorar situaciones autoritarias, ya que por los avances en términos de comunicación,
estas se ponen de manifiesto a la comunidad internacional. El respeto a los
derechos
humanos y el cumplimiento del Estado
de derecho han tomado importancia gracias a la
propagación de la globalización.
De igual manera, la globalización trae consigo cambios en la cultura. Al
ser el modelo de la globalización impulsado principalmente por Estados Unidos, es
natural que la cultura que se está expandiendo sea precisamente la que se
conoce como el american way of life. Si bien esta nueva cultura, basada en la
norteamericana, tiene un carácter transnacional,
con valores y creencias colectivas, en algunas regiones es vista como una
amenaza a las identidades particulares.En el contexto anterior, América Latina y el Caribe como región, acentúa su papel en la economía mundial y con ello su vulnerabilidad: espacio para inversiones privilegiadas, base de fuerza de trabajo barata, proveedor de materias primas y commodities, transferidor de divisas (vía deuda externa y pagos por inversiones y colocaciones de capital transnacional). Se transita desde la sensibilidad del desarrollo (mejoramiento de la calidad de la existencia) hacia una de crecimiento económico centrado en la inversión directa extranjera que exige liberalización y privatización. Son signos de esta transición los Programas de Ajuste Estructural, los tratados de libre comercio en el marco de una y la consolidación de la injerencia de los organismos financieros y comerciales internacionales (FMI, BM,BID,OMC).
Políticamente se esfuma el mito de la “burguesía nacional”. La transición genera o confirma resistencias sociales y culturales: el regionalismo bolivariano, el Movimiento de los Sin Tierra, las de pueblos originarios y naciones o Estados populares (Cuba) que, ya en la transición entre siglos, generan desafíos populares y ciudadanos de gobernabilidad y también de ingobernabilidad: Ecuador, Bolivia, México. El voto ciudadano elige candidatos poco gratos al sistema: Hugo Chávez, Lula, Kirchner, Tabaré Vásquez, Evo Morales. Pese a ello, la votación de mucha gente parece exigir a la gestión democrática, y más ampliamente, a la de gobierno, claros e inexcusables contenidos sociales.
Políticamente se esfuma el mito de la “burguesía nacional”. La transición genera o confirma resistencias sociales y culturales: el regionalismo bolivariano, el Movimiento de los Sin Tierra, las de pueblos originarios y naciones o Estados populares (Cuba) que, ya en la transición entre siglos, generan desafíos populares y ciudadanos de gobernabilidad y también de ingobernabilidad: Ecuador, Bolivia, México. El voto ciudadano elige candidatos poco gratos al sistema: Hugo Chávez, Lula, Kirchner, Tabaré Vásquez, Evo Morales. Pese a ello, la votación de mucha gente parece exigir a la gestión democrática, y más ampliamente, a la de gobierno, claros e inexcusables contenidos sociales.
Los procesos anteriores son acompañados, desde la década de los ochentas y noventas, por procesos de democratización, que generan institucionalidades propias. Estas se caracterizan por su énfasis procedimental (elecciones de gobierno, ejercicio formal), acentuación de la corrupción del ámbito político (partidos, ideologías), exigencias de pasividad ciudadana y simulación de un Estado de derecho y administración neoliberal en su versión latinoamericana. Ya en el siglo XXI estos regímenes democráticos son interpelados y cuestionados por votaciones que favorecen a candidatos “de izquierda” (en el sentido de no queridos por el sistema), las tesis de democracia participativa y ciudadanía colectiva (sujeto social). Se insiste, cada vez más gente parece exigir del ejercicio democrático y del funcionamiento del Estado una regulación de la economía para lograr integración e igualdad de oportunidades Sociales.
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